Klima Collective debuta con este disco que intenta concretar lo intangible, plasmar en 37 minutos su pasión por la música y el trabajo de años de sincretismo musical, escucha y aprendizaje colectivo. Y bien tangible es el CD que publican, apostando por el formato físico además de volcarlo en las redes.
El “01” que le da título, lejos de ser una apología de lo binario y encasillado, supone una invitación a explorar algo que empieza y ha crecido para ser compartido; una ópera prima variada y cocinada a fuego lento que saluda orgullosa.
Se respira apertura como modus operandi, aunando las diversas personalidades e influencias de sus diez miembros, y además colaborando con artistas de diferente bagaje y cultura. Ocho canciones de otros tantos compositores/as, que ponen el foco en la actualidad y la experimentación sonora de la mano del productor Manolo Rodríguez (m2R Electroacoustic Ensemble, Dr. Bacteria, Machuca Trío…), pero sin dejar atrás las raíces que sostienen cualquier novedad. Quien recorra sus surcos, encontrará melodías y ritmos de muchas tonalidades, que también rebosa la fantástica y colorida gráfica del álbum, a cargo de Carlos Arocha. Como si los alisios que airean y riegan sus Islas Canarias de origen las hubieran ido trayendo, las ideas dispares hacen crecer, dan unidad y frescor al disco.
Desde que “A gentleman driver” arranca el motor al ritmo del funk más cinematográfico (Lee Hazelwood, The Budos Band, The Heliocentrics,) en cada curva descubrimos una sonoridad distinta que complementa a la siguiente: un paseo por África (“Camello negro”) caminando al paso afro de Fela Kuti o los tuaregs más eléctricos (Tinariwen, Mdou Moctar), continuando por arenas y mares aparentemente apacibles (“Sand”), que oscilan al vaivén del rock más contenido y detallista (Mogwai, Tortoise, Steven Wilson), y ahí una pausa para desfogar con la rumba futurista y aérea (“Ciento volando”). Y de la fiesta a la calle (“La plaza”), donde resuenan ecos de Rocío Márquez o Natasha Rogers. Ya llegando al ocaso del disco, nos arremolinamos en torno a la lumbre (“Fire”), con una sensibilidad cercana a Sigur Rós, para luego tensar la energía con esa mezcla de Hammond y rock duro a la Sex Museum (“La cuerda”), y que finaliza entre percusiones del folklore isleño más atávico y el Pat Metheny más moderno (“There 01”).
Igual de diversas resultan las temáticas planteadas en el álbum, que abordan claroscuros personales o sociales, hablando de forma más o menos evidente de amor y pérdida, de búsqueda migratoria de oportunidades, de desencanto y esperanza, de cambio climático… dejando abiertas las interpretaciones que cada cual quiera hacer de las letras y sonidos que en él se esconden.
